Erica

(ella/él)

Una vez, cuando tenía 13 años, asistí a una cena. No se parecía al tipo de cenas a las que yo asistía esos días. Supuse una comida extravagante de finas preparaciones, como de costumbre. Esta vez era diferente. Nos reunimos aquella noche para compartir una experiencia, un homenaje a un hombre que nos había unido a todos. Esta noche había desaparecido. Yo estaba sentado entre la familia, en una mesa alargada por la adición de otra mesa ligeramente más corta, ambas cubiertas por manteles blancos. Sentada en la más corta de las dos mesas, estaba apiñada con mis primos hermanos. En la mesa de los adultos se sentaban las tías, los tíos y mis queridos padres. Los jóvenes de esta familia estaban a punto de embarcarse en una experiencia de aprendizaje única, eficaz e inolvidable. La mesa no estaba adornada con cubiertos de plata, la comida preparada no se servía en porcelana fina y no brindábamos con copas de cristal. En lugar de eso, delante de nosotros había moldes de hojalata para colocar la comida y diversos tarros de mayonesa de cristal reutilizados para beber. La comida consistía en el menos apetecible bistec en cubos como plato principal, el tipo de comida que mi abuelo y su familia comían hace muchos años, esforzándose dentro de sus posibilidades. Aquella noche celebramos la vida de mi abuelo, Pops. En compañía unos de otros, nos reímos y compartimos anécdotas que nos llenaron de emociones agridulces, reunidos en torno al amor, como su descendencia había hecho tantas veces en su juventud. Una nueva generación, ahora despertada en y por el amor.