Rachel

Siempre que solicito algo por Internet o por teléfono, como un trabajo o una escuela, lo primero que me pregunto cuando termina la comunicación, y termina bien, es: "Oh, vaya. ¿Sabrán que soy negro?". Es decir, ¿he tecleado o hablado demasiado en clave? Quiero decir, quizá sea sólo yo, pero... no me despierto negro. No bostezo y salgo de mi cama como un afroamericano negro, plenamente realizado, con el peso de la historia y la esclavitud y el despojo del derecho al voto y la opresión y el racismo que continúa drenando a la sociedad estadounidense. (Esa mierda no ocurre hasta que me he lavado los dientes. Y normalmente, no hasta que salgo por la puerta principal). Así que, ¿iré a la entrevista oficial y me recibirán con ojos azules muy abiertos y perplejos porque soy tan condenadamente -como dice la generación de mi madre- alta? Porque es más o menos como he dicho: No soy negro sentado en casa en la cama. Cuando salgo por la puerta es otra historia. Una que empieza y termina con mi piel, en lo que respecta al mundo en general. Como era de esperar, prefiero las entrevistas telefónicas a las personales. Aunque tenga que hacerme esa pregunta: ¿Saben que soy negro? Y siempre lo pregunto. Y muchas veces, en los talones de la misma: ¿Ah, sí?