(él/ella)
El pasado fin de semana del Día del Presidente me fui de puente a una pequeña ciudad de Pensilvania. Sabía, pero no había pensado mucho en ello, que esta parte del estado favorecía fuertemente a Donald Trump. Mientras esperaba el semáforo en un paso de peatones, un señor mayor y sus conocidos se acercaron por detrás. Empezó a hablar en voz alta, como si quisiera que yo oyera exactamente lo que tenía que decir. De la nada, pasó a decir que el presidente Obama era el peor presidente de ocho años en la historia de nuestro país. Era como si intentara provocarme. Inmediatamente me di cuenta de su intención y decidí ignorarlo. Nada bueno podía salir de su intervención. Había olvidado aquel encuentro cuando mi cita y yo decidimos visitar un restaurante local. Entramos y nos sentamos, pero el personal nos ignoró durante 20 minutos. Finalmente, mi cita se hartó y exigió que nos fuéramos para preservar nuestra dignidad. Si eres blanco, imagina cómo te sentirías cuando vas a otro país y te das cuenta de que tu aspecto es diferente y destacas. Sabes que debes estar en guardia ante todo tipo de problemas potenciales, y con razón. Eso puede ser extremadamente estresante. Ahora imagina que tienes que sentirte así en tu propio país durante gran parte de tu vida. Imagina el daño que te hace.
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